Sucede que las religiones, manifestaciones humanas como son, nunca han sido perfectas, e influidas por las culturas y la época en que surgieron, han acabado por dar a las virtudes definiciones y conceptuaciones distorsionadas, exacerbando sus características, haciéndolas inaccesibles, difíciles de vivenciar para las personas corrientes, convirtiéndolas en cosas para santos, ángeles, iluminados, avatares, misioneros, iniciados, etc.
Así, las Religiones fallan y no son capaces de explicar y poner fin a un conflicto vivido por el hombre, para aliviar el malestar espiritual en que vive. El hombre pierde el interés por las virtudes y por todo lo que es espiritual, y vuelve a su pasado materialista.
Las iglesias, a su vez, creadas y habitadas por hombres también en conflicto, tanto como el propio pueblo al que intentan orientar, recelosas de perder el control sobre sus fieles, crean mecanismos y leyes que sólo hacen aumentar la culpa, el miedo y la mortificación de la conciencia humana. Señalan defectos sin enseñar cómo cultivar virtudes. Acusan a los fieles sin darles el verdadero perdón, el perdón que viene de sus propias conciencias. De ese modo, las virtudes, aparte de no ser comprendidas, además son desvalorizadas, ridiculizadas y prácticamente olvidadas, considerándolas utopías, cosas de gente ingenua, crédula e ignorante.
El hombre, cansado de ir y venir, continúa luchando consigo mismo, percibiendo que existe algo equivocado, pero sin saber cómo corregirlo. Esa es la fase en que se encuentra hoy la humanidad. Por el exceso de materialismo, el hombre moderno ha perdido la referencia divina de su propia creación, y al mismo tiempo ya no se contenta sólo con la referencia violenta y animalizada de su pasado. No quiere volver a ser lo que fue y aún no ha logrado vislumbrar o comprender lo que debe llegar a ser, o lo que está destinado a ser. Con la falta de comprensión de su naturaleza divina y las distorsiones creadas con el paso de los siglos, el hombre sigue actuando de forma equivocada, manifestando defectos que no son suyos y que se le vienen haciendo cada vez más evidentes.
Pero entonces ¿qué son los defectos? Nada más que manifestaciones de la ignorancia humana en relación a la naturaleza divina del hombre, agresiones a esa naturaleza virtuosa latente con que fue creado desde el principio, agresiones a su propia conciencia.
Puesto que las virtudes son parte de su naturaleza – aspectos naturales de su carácter, potenciales divinos en todos nosotros para nuestro éxito y plenitud espirituales – el hombre entiende que el único camino natural para su felicidad es la práctica constante y consciente de esas virtudes, pues con esa práctica cesan el conflicto, el malestar, la insatisfacción.
Y ¿qué son las virtudes? Virtudes son atributos divinos colocados en estado latente en todo ser humano, en el momento de su creación, para fortalecerlo en su caminar hacia el progreso espiritual, reconduciéndolo a la posesión de su naturaleza divina, liberándolo de su pasado de ilusiones, distorsiones y engaños.
Nuestra actitud natural, por tanto, ha de ser el cultivar virtudes y no el combatir defectos.
Cultivando virtudes, los defectos naturalmente dejarán de existir, de forma gradual, pues no forman parte de nosotros. Son únicamente manifestaciones de nuestra ignorancia en relación a nuestra naturaleza, a nuestro origen divino, son reflejos de nuestra agresión a nuestras características naturales latentes: las virtudes. Éstas sí, parte de nuestra esencia original.
Pero es importante que esa práctica no se convierta en obsesión, pues podría llevar a uno de los defectos más graves: el fanatismo. La búsqueda de las virtudes debe ser natural, gradual, sin sufrimiento, sin sacrificios, sin exigencias. Lo cual no quiere decir que no implique algún desapego, algún esfuerzo.
Para realmente asumir nuestra naturaleza virtuosa será necesario abrir mano de algunos intereses personales, algunos apegos, algunas creencias arraigadas, algunos prejuicios, pero todo de forma natural, sin que nada sea forzado o impuesto. Sin convertirnos en fanáticos obcecados por nuestra propia transformación.
Tampoco podemos, con el ansia de asumir el mando de nuestras virtudes, volver la espalda a los defectos que existen, dentro o fuera de nosotros. La mejor forma de evitar un obstáculo o peligro real es conocerlo, saber dónde está, cómo es, cómo se comporta, cuándo se manifiesta, cómo actúa, etc. Debemos, por tanto, conocer nuestros defectos, reales y potenciales, para mejor saber qué virtudes cultivar en el sentido de superarlos, y no simplemente evitarlos cada vez que amenazan con manifestarse.
Aceptar los propios defectos con naturalidad sin decepcionarse o desanimarse. He ahí una forma serena y realista de lidiar con nuestro lado sombrío. Es preciso comprender que nuestros defectos son características naturales de la etapa en que nos encontramos ahora. Necesitamos de ellos, necesitamos manifestarlos para poder comprendernos y conocernos mejor, saber cuáles son nuestras mayores necesidades. Por medio de nuestros defectos, percibidos consciente o inconscientemente, es como hemos llegado hasta aquí e iniciamos el trabajo en busca de algo mejor, de paz de espíritu, de esclarecimiento, de algo más. Demos, pues, gracias por ellos, ya que han sido, en realidad, nuestros mayores guías en esta inmensa y linda jornada llamada vida.
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Publicado dia 9/8/2015 9:16:55 AM em STUM WORLD
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